El vuelco fue tan grande que el golpe ha sido doloroso. Será cosa del
tiempo, del poco tiempo, que todavía yo no haya pensado. Todo tan veloz
que aún no he abierto los ojos. Inocente de mí, de ver el mundo como un
objeto, de tener una vida y poder sacar algo de ella, un poquito de
felicidad entre tanta ruina, algo que poder reciclar.
Un día abrí los ojos y te ví, jamás pensé si ibas a tener función en
parte de ese objeto particular, mi vida. Pero sí, llegaste, estabas ahí,
formando parte de algo y decidiste llamar a mi puerta.
Tenía miedo de abrir, sabes que tengo mucho miedo. Miedo al miedo. Al
fin abrí un poquito la puerta, te miré, me miraste, parecía que no había
peligro. Me regalaste parte de tu confianza y yo decidí tomarla. Abrí
un poquito más la puerta y tú empezaste a hacerme sonreír, un poquito
cada día, cada día un poquito más que el anterior. Viendo que todo eran
sonrisas y miradas decidí dejar que entrases por mi puerta para que
vieras lo que encontrabas, te mostré prácticamente todo lo que formaba
parte de mi forma de ser. Me pediste venir más a menudo, recapacité y
acepté pensando que era una idea bastante buena. Así tarde tras tarde
tenías una invitación para llamar a mi puerta. Yo te abría encantada esa
mísera puerta, esperando a que me olvidara de lo ruín que era todo.
Conseguimos pasar tardes de risas, de confidencias, de complicidad, de
reír bajo un paragüas, de perder el tiempo. Nos encontrábamos bien, muy
bien. Pero pasó un gran camión por delante y ya no tenías puerta a la
que llamar.
Aún sigo buscando material para construir una nueva, invitarte y que decidas si quieres venir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario